4 de març 2010

Una entrevista en 'La Vanguardia'

“MI OBRA ES UNA APUESTA POR LA FABULACIÓN”

La primera novela de Jordi Puntí (Manlleu, 1967) había despertado expectación desde que en el 2003 ganó la beca de creación literaria Octavi Pellissa. La larga espera ha valido la pena, ya que Maletes perdudes (Empúries; versión castellana en Salamandra) es una obra de gran ambición literaria y planteamiento original. Puntí –cuyos libros de relatos Pell d'armadillo y Animals tristos han sido celebrados por la crítica, traducidos y, el segundo de ellos, llevado al cine– plantea las historias cruzadas de cuatro hermanos (Christof, Christophe, Christopher y Cristòfol), hijos de cuatro madres distintas y que viven en Frankfurt, París, Londres y Barcelona. Un día descubren que son hijos de un mismo padre, transportista de mudanzas, y deciden buscarlo. Los derechos de la obra ya han sido vendidos al francés y al alemán.

¿Cómo se le ocurrió esta variación de una novia en cada puerto?
La novela tiene muchos puntos de partida. Por una parte, quería hablar de una persona que estuviera siempre en movimiento. También me interesaba lo que supone ser hijo único, sobre todo cuando eres pequeño. Aquí, casi todos los personajes lo son. Y quería explicar una historia de antihéroes. Se ha hablado mucho de los héroes de la Guerra Civil y del franquismo. Pero la inmensa mayoría de la clase trabajadora estaba atenazada durante la dictadura por múltiples problemas y encarnaban un antifranquismo pasivo.

¿Por qué eligió a los camioneros?
Una vez tuve ocasión de hablar con unos camioneros turcos que hicieron una mudanza desde Alemania hasta aquí. Su trabajo es muy duro. Además, a mí me atraía la idea de que alguien, en pleno franquismo, pudiera salir del país y entrever otros mundos –París, Londres, Frankfurt– que en aquel momento nos parecían más atractivos.

¿Quiso escribir una road movie de aventuras?
Sí, me gusta la idea de las aventuras, que ocurran cosas. La obra es una apuesta por la fabulación. Y también el intento de romper una cierta tendencia de hablar de nosotros. En este sentido, quiere ser un relato transnacional, que sale fuera de nuestras fronteras.

En él cuenta muchas historias. ¿Ha sido difícil ensamblarlas?
Este es el trabajo del novelista. Con los cuentos, empiezas y acabas, y luego los olvidas. Pero aquí he tardado más, por inexperiencia. Me costó el trabajo de encajar y equilibrar las escenas y los personajes. Pero al final hay una mayonesa que lo liga todo, que es la confianza en el instinto fabulador.

A diferencia de los insatisfechos personajes de Animals tristos, los de Maletes perdudes parecen felices.
Es que el libro tiene voluntad de optimismo. Explico unas situaciones que no son fáciles, y una época, los años 50, 60 y 70, también difícil. Pero trato de verlas desde la cara soleada. Y los personajes son felices a su manera.

Da la impresión de que importa más el trayecto que la resolución final.
En efecto, el trayecto es lo más importante. Yo quiero llevar al lector hasta el final. Pero también que se lo pase bien en el viaje: a través del relato de los propios hermanos, del libro inventario de las maletas que roban, del testimonio de las madres... A través del estilo y la manera de explicar, creo que puedes hacer verosímiles las cosas. Cuando escribía tenía en mente a Dickens, a Irving, y también Los hijos de la medianoche de Rushdie. Como se dice en un momento del libro, las vidas, en el momento de vivirlas, no tienen sentido. Se lo damos después, cuando las explicamos. Y la vida de Gabriel, el padre, cobra sentido a partir del relato de todos los que le conocieron.

Pero es una historia de soledades.
Cada hermano, en su solo narrativo, muestra las secuelas y la inseguridad de ser hijo único. El alemán lo realiza en diálogo con un muñeco de ventrílocuo: es la no aceptación de la soledad, el amigo invisible que le permite rebelarse sin ser él mismo.

Las maletas sustraídas de las mudanzas contienen objetos personales que conservan el pasado, “reliquias que nos protegen del olvido”, escribe.
Cuando creces solo, juegas más en solitario. Y los objetos adquieren una vida animada que te ayuda mucho. Hay muchas cosas que acaban cargadas de sentimiento o de sentido y que te resistes a tirar. La apropiación de objetos por parte de mis protagonistas es una manera de usurpar vidas. Una forma de quedarte la carga sentimental de aquel objeto.

A través de los hermanos transnacionales retrata las distintas ciudades en momentos importantes de aquellos años.
Me propuse explicar la diferencia entre lo que ocurría aquí y lo que pasaba fuera. Los hermanos vivieron realidades muy diferentes al mismo tiempo.

Al igual que en sus cuentos, ¿ha buscado aquí el costumbrismo moral?
Sí. Especialmente en la parte dedicada a Barcelona, donde se recrea la vida de los años setenta aquí.

©  Rosa M. Piñol, en La Vanguardia, 23 de febrero del 2010.

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